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…ere erera baleibu izik subua aruaren… Made by de basque film-maker José Antonio Sistiaga, this was unequivocally the most extraordinary film of the season. A masterpiece of spontaneous cinema, certainly the work of a child, the film draws us into a unique adventure of total perception. The screen a vast canvas, the painted images passing at 24-per-second in a continous stream instant-by-instant decimate our impressions and our judgement. No violence here, nothing but pleasure. The literal, material pojection of the film allows us (if we choose to give it the full necessary attention) to rediscover the earth in cosmic terms, unencumbered by the past, by art, by cinema, even by the real world. Who is this astonishing Sistiaga? |
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Boris Leman |
La película extrañamente titulada “...ere erera baleibu icik subua aruaren…” que José Antonio Sistiaga pintó directamente sobre el celuloide entre 1968 y 1970 sigue siendo 36 años más tarde la mayor y mejor pintura cinematográfica, un género que cuenta con obras abstractas de Len Lye, Norman Aclaren y Stan Brakhage. Dado que la velocidad de la proyección cinematográfica es de 24 imágenes por segundo, para realizar un segundo de película es necesario pintar 24 fotogramas. Para completar su largometraje de 75 minutos, Sistiaga tuvo que pintar nada menos que 108.000 cuadros o fotogramas de 35 milímetros. Muchos de los cortometrajes pintados directamente sobre el celuloide se han hecho sin cuidar el encuadre de cada fotograma. En este largometraje hay secciones bañadas o manchadas, pero también hay otras en que las imágenes fueron compuestas fotograma a fotograma, respetando la continuidad de ciertas formas (por ejemplo, un círculo central como un sol) y, por supuesto, desarrollando variaciones. Según su autor, la realizó trabajando de 12 a 15 horas diarias durante 17 meses. El título suena a vasco, pero es solo pseudovasco. Se lo inventó su amigo Balerdi, para burlar la censura, pues durante el franquismo no se podía titular en euskera. “…ere erera…” es una pintura no sólo móvil y temporal, sino experimental, pues suma a la intención expresiva la intervención del azar, una intervención con resultados entre previstos e imprevistos. Sistiaga alternó distintas técnicas en las sucesivas secciones. Básicamente empleó película transparente, tintas de distintos colores, pinceles, rotuladores, arena, agua de mar y tinta china. El resultado es un magma cromático vibrante y cambiante, tan pictórico como el expresionismo abstracto de Pollock, pero mucho más sugestivo y evocador. Anticipa además logros posteriores de pintores como Darío Urzay (su pintura autoorganizada) y de fotógrafos como Manuel Esclusa. En su flujo se producen transformaciones y fusiones, se disuelven las dimensiones usuales y un paisaje como un cielo con sus astros puede evocar a la vez formas orgánicas, células, burbujas de espumas, redes de lo vivo y de lo muerto. Es una energía en estallido, un fluir de apariciones siempre en fuga, una sucesión de alucinaciones expresivas, de ensoñaciones y espectros. Uno cree estar viendo realidades que sólo podría definir el lenguaje poético: un océano agrietado, un oleaje-archipiélago, unas aguas animales, un espacio sideral dentro del cuerpo. Es una obra psicodélica en el mejor y original sentido de la palabra, una apertura mental y sensorial que, a diferencia de un viaje de LSD, no daña el cerebro sino que, a lo mejor, lo mejora.
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